Ayer soñé que no era yo. Entonces todo lo que era yo era absurdo.
No fumaba, no estaba enamorado, no decía gilipolleces y no calzaba un 42, por supuesto. Me miré en el espejo desde mis ojos oscuros un tanto extrañado o directamente por encima del hombro. ¿Qué hacía todo aquello allí, en mi habitación, en mi vida? ¿qué ropa era aquella? ¿y esos libros, y esos SMSs? Empecé a quemar cosas, a borrar e-mails ¿quién demonios me escribe? a tirar discos ¿pero, quién cojones escucha esto? Después de la ducha y de secarme con una toalla que había sido lavada sin suavizante –hay que joderse- llamé a un contable o a un matón (los sueños son tan imprecisos como raros) pero no recuerdo la conversación, sólo que estaba más nervioso que un criminal ante su primer asesinato.
Cuando me desperté, aún las telarañas del sueño tapizando mi comprensión, recibí un SMS: Hola, Amor ¿hace sol en Santiago? Llueve, me dije entreviendo el cielo.
Volvía a ser yo. No estaba a salvo de nada.
3 comentarios:
no te cambies por el otroy sigue escribiendo para nuestra sonrisa.
Lo cierto, Amigo, es que nunca recuerdo lo que sueño. Pero no, no tengo pensado cambiar de piel.
Salud
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