sábado, 30 de mayo de 2009

CINCO HORAS SIN MARIO

Ahora que no corremos tras el último tren
ahora que somos documentos inclasificables
ahora que nos hacemos viejos e insobornables
ahora que apenas diferenciamos el mal del bien.

Ahora que los “Izquierdos Humanos”
ahora que desandamiaste la tristeza
ahora que Amar es incompatible con la pereza
ahora que no sabemos significarnos.

Ahora que escribo cuando menos importa
ahora que me queda todo por temer
ahora que con la Soledad sólo puedo perder
ahora que tu mirada se ha quedado absorta.

Ahora que la novela resucita
ahora que los cuentos salen de los cajones
ahora que bailamos con la muerte en los talones
ahora que la poesía no te necesita*.

Ahora que ha cerrado el último bar
ahora que le has puesto a la pena los cuernos
ahora que no hay más cielo que el infierno
ahora que te has ido a ver el mar.

* léase con toda la ironía del mundo.

Plaza de la Primavera con Los Huerfanitos, 17 de mayo de 2009

domingo, 17 de mayo de 2009

AÚN TE DEBO UNA CANCIÓN

Con cariño

No tengo nada que ofrecer.
Los bolsillos fuera de los bolsillos
como dos peces muertos.
Mi última moneda se cayó al suelo
y rodó hasta una alcantarilla,
esas alcancías de mierda
y monedas que ruedan.
No tengo a donde ir.
Los zapatos gastados y sin rumbo
como dos ataúdes con una
vía de agua en alta mar.
Mi última brújula se quedó
estúpidamente imantada
en un Norte absurdo,
ese punto ordinario para buscadores
de oro y oportunistas.
No tengo nada que contar.
Mis últimos versos se convirtieron
en un carboncillo incapaz
de decirte nada con color.
Las palabras agotadas en el silencio
del margen de una página no numerada,
ese abismo plano de color enfermizo.

martes, 12 de mayo de 2009

PROSEMA NO TRISTE

Un “poema” malo y antiguo, remozado para un día jodido para la música

La tristeza es un par de botas pesadas que no tienen remordimientos de conciencia y te lastran al asfalto y no te las quitas porque no encuentras una buena excusa para hacerlo. La tristeza, acaso, no sea más que una excusa para dejarse llevar, para hacer y deshacer sin tener que explicar. Tal vez una pausa premeditada concebida para dar respuesta a por qué enciendo un cigarro, a por qué me quedo varado en un bar, a por qué sueño con el mar. La tristeza es sólo una imagen triste: una llama consumiéndose por falta de cera, una maldita querencia de no querer salir de la sombra o no tener una buena razón para darle al interruptor de la luz. La tristeza es sólo la tristeza, un hábitat poco contaminado donde pasar una tarde de invierno. Es dejarse embaucar por los cantos de sirenas y volver ileso sin nada que contar. La tristeza es regocijarse en lo triste sin llegar a sonreír, o sonreír a la tristeza para espantar al demonio de la locura. Pero la tristeza es, sobre todo, no contar nunca lo triste, no pervertir el motivo de la pena, no vender el alma en ninguna feria exhibiendo un cuerpo que no tienes. Quizá sea, la tristeza, algo más que un par de botas pesadas sin remordimientos de conciencia que te lastran al asfalto y no te las quitas porque no tienes una buena excusa para hacerlo, pero mi tristeza es una buena ocasión para pasar del olvido y acordarme de que te quiero.

sábado, 9 de mayo de 2009

LOS CUATROCIENTOS GOLPES (o las mil y una)

Para Raquel












“El recreo no es una norma, es una recompensa”
El estricto profesor a Antoine Doinel
“Les Quatre Cents Coups” Truffaut


Pobre Antoine, cuánto ingenio.
Yo era un niño tímido odiado por la profesora
de matemáticas y el recreo era un oasis donde
jugar a la peonza y ver a Aurora.
La infancia es un domingo despeinado
como protesta al lunes, un pijama con bolsillos,
la primera “maldad” –no hay sensación
tan desbordante como la Primera “Maldad”.
Las aulas apestaban a humanidad y tiza
pero el recreo era una trinchera a donde
no llegaba el enemigo, tan viejo, tan estirado,
tan aburrido, tan lleno de deberes para casa.
La infancia era la sesión de las cuatro y diez
en el cine del barrio, un encuentro con Tarzán,
Buster Keaton, King Kong o Superman,
e irse temprano a la cama: el escenario de las derrotas.
El maestro siempre le preguntaba al más débil,
pobre gacela coja, y me sacaba al encerado
y en ese cadalso me ejecutaba delante de todos
y la sangre corría, como un rubor, hasta mi cara.
La infancia era una curiosidad sin satisfacción,
querer hacerse grande para comprar todos los chicles,
no responder nunca “porque sí” ni “porque no”,
ver a tus amigos como hermanos y a tus hermanos
como desconocidos y a tus padres como marcianos.
El recreo era el buque insignia de la diversión,
media hora que pasaba volando en biplano
y dejaba una estela frágil que desaparecía
completamente cuando te sentabas en tu pupitre
por estricto orden alfabético.
El recreo estaba lleno de delincuentes y camaradas.
Pobre Antoine, cuánto ingenio

Recuerdo bien aquellos «cuatrocientos golpes» de Truffaut
y el travelling con el pequeño desertor, Antoine Doinel,
playa a través, buscando un mar que parecía más un paredón.
Aute –Cine, Cine